Para poner en marcha una industria, del tipo que sea, primero que nada hace falta tener un consumidor objetivo, alguien que esté interesado por el producto. Un comprador.
En el turismo, ese consumidor objetivo se llama turista, y el producto son los destinos que se pueden visitar. Y las experiencias que se pueden vivir en ellos, por cierto.
A raíz de la pandemia del Covid 19 el mundo se quedó sin consumidores de productos turísticos.
Las cuarentenas estrictas produjeron que los medios de transporte redujeran al mínimo sus actividades por temor al contagio y, como ya sabemos, de repente éramos actores necesarios para una película que no se había escrito aún.
Como en la pantalla grande, nadie se movía de su lugar y eso provocó un efecto de cascada sobre el turismo en el mundo entero.
La gente no salía de su pequeña burbuja y por consiguiente los medios de transporte no tenían pasajeros para trasladar, los hoteles no tenia turistas que ocupen sus camas y los restaurantes quedaron vacíos de comensales. El intercambio de personas entre países, ciudades o pueblos se paralizó y el turismo quedó en pausa.
Pasaron muchos meses para que la gente volviera a circular por el mundo, y para eso hizo falta que aparecieran las vacunas y las nuevas formas de movernos con nuevos protocolos sanitarios, que nos protegieran y nos llevaran a una nueva normalidad.
La Argentina fue un país que demoró más de lo deseado todo, pero fundamentalmente la duración de las cuarentena y la distribución de las vacunas. Esto nos llevó a profundizar una profunda crisis económica que ya era grave.
Sin embargo, nunca mejor dicho eso de tiempo de crisis, tiempo de oportunidades.
Los argentinos tenemos muchas cualidades que ningún otro ciudadano del mundo puede mostrar con la misma certeza, pero hay una en la que sobresalimos, somos sobrevivientes.
Mientras los que saben de números hablaban de una macroeconomía floreciente, los que vivimos de nuestra realidad cotidiana veíamos como uno de los sectores más pujantes y con mayor proyección de futuro se caía a pedazos dejando a miles de trabajadores en la calle.
Compañías aéreas, hoteles, restaurantes, y vaya a saber cuántos rubros más, comenzaron a cerrar las persianas, y a prescindir de la mano de obra calificada que hasta ese momento habían capacitado.
Eso sucedió en Argentina y en el mundo.
Algunos países con mayor respaldo económico salieron a realizar salvatajes multimillonarios de empresas y plantillas de trabajadores, pero sólo por un corto período que sirvió para que muchas industrias se acomodaran a la nueva realidad.
También sucedió en nuestro país, pero acá la actividad turística nunca fue considerada de la misma manera que al resto de las industrias y por lo tanto los beneficios iban quedando en el camino.
El tiempo pasó y dirigentes y funcionarios del Ministerio de Turismo lograron acercarle una propuesta a la administración Fernández, un proyecto ambicioso que generó más incertidumbres que certezas en su puesta en marcha, pero que hoy podemos ver sus resultados.
Casi sin difusión en los medios masivos, con una comunicación que no dejaba entender claramente la propuesta, y fundamentalmente con muchas dudas entre los propios integrantes de la actividad turística vernácula, desde el Ministerio de Turismo y Deportes de la Nación proponían un plan para incentivar el movimiento turístico: el PreViaje.
La idea no era otra que la venta anticipada de paquetes, pasajes o estadías, para usar en el futuro cercano en los destinos turísticos de nuestro país. El beneficio no podía ser más generoso, por cada $2 que gastaran los potenciales turistas recibirían $1 en una tarjeta de débito para gastar en sus vacaciones.
El resultado de ese primer Plan fue tibio, la desconfianza, por un lado, la falta de dinero para usar en viajes, por otro y hasta una confusa promoción conspiraron en su contra.
Los que se animaron y ofrecieron sus productos comenzaron a tener un flujo de caja y los que los adquirieron comprobaron que los beneficios eran reales. Para unos fue poner en marcha sus negocios, para otros disfrutar mucho más por el precio abonado.
El plan funcionó, y por eso hubo una segunda edición, que se lanzó en agosto del año pasado.
Y a pesar de que nuevamente tuvo muchos detractores, el Plan PreViaje volvió a funcionar, millones de argentinos viajan hoy por el país marcando récords de ocupación.
Muy probablemente haya una tercera edición, tal vez con cambios que profundicen la motivación de viajar por Argentina y refuercen la idea de recorrer nuestro país en baja temporada y haciendo hincapié en los destinos emergentes.
Somos sobrevivientes, y de una pandemia salió lo mejor que le podía pasar al turismo.
El Estado, aseguran, recupera el 80% del dinero invertido en esta reactivación, porque obliga a transparentar las operaciones, y así las agencias de viaje, los prestadores de servicio, los establecimientos hoteleros, cabañas, glampings, los restaurantes y hasta los artesanos que quieran formar parte de este movimiento turístico deben facturar sus ventas.
Aún falta mucho por hacer, pero no es menor que un proyecto de esta naturaleza haya visibilizado los alcances de la actividad turística en la economía de nuestro país.